Mi familia es una familia de clase media tipo, tengo tres hermanos mayores, mis padres llevan 40 años de casados y la mamá de mi mamá, mi abuela, me ha contado varias anécdotas que para mí son pequeñas historias cinematográficas.
Mi abuela nació en Mendoza en un pueblito llamado Rodríguez Saá. Viene de familia de maquinistas. Terminó la primaria, así que sabe sumar y sabe escribir. Lo sé por sus cuentas al final de mes, donde paga tarjetas, y hace arreglos monetarios con mi mamá. Yo diría que tiene letra de doctor, poco legible. No pudo seguir estudiando dado que tenía que ayudar a su mamá a coser para afuera.
Mi abuela se casó con un profesor de matemáticas, (mi abuelo) a quien no conocí porque falleció años antes de que yo naciera. Según dicen en el barrio les dió ayuda en matemática y álgebra a varios del vecindario.
Una de mis tías, la del medio, al casarse se fue a vivir al campo, al medio de la nada, hoy en día Arizona no llega a los 1000 habitantes, es un pueblo de seis cuadras a la redonda, hermoso, pero pequeño.
Allá por la década del 70´ lo que se solía usar era la correspondencia. Ni mail, ni teléfono ni nada.
Es por eso que mi abuela comenzó a escribirse con su hija recién desposada. La rutina era siempre la misma, mi abuela recibía una carta, la releía unas cuantas veces, y se disponía a escribirle la respuesta. Luego de escribir como mínimo dos hojas, se la daba a mi abuelo para que agregara algunas palabras de afecto para su hija del medio. Cada vez que esto sucedía, sacaba su lapicera del bolsillo izquierdo de su camisa, y releía toda la carta, corrigiéndole las faltas de ortografía que había cometido mi abuela. Luego agregaba unas secas palabras al final y decía que ahora sí podía enviarla.
Al momento de llegar la tercera carta con esta misma modalidad, mi tía le escribió unas breves líneas solamente a mi abuelo.
Y decía algo así:
Papá te voy a pedir que por favor no vuelvas a corregir a mi mamá en las cartas, que yo, tal y como escribe, la entiendo a la perfección.
A partir de ese día mi abuelo se limitó a escribirle unas breves palabras en otra hoja sin leer lo que le ponía su mujer.
Simple y llanamente, le tapó la boca...
Es hoy en día, que pasaron más de 40 años, y que mi abuela cuenta esa anécdota entre graciosa y orgullosa de cómo su hija defendió a su madre. Mi abuelo no podía dejar de ser profesor, no es que fuera malo, lo hacía sin ganas de ofender a nadie. Simplemente le nacía.
Para mí es una linda anécdota, simple, de cómo es la relación madre e hija.