lunes, 21 de agosto de 2017

¿Docente yo?

Jamás me hubiera pensado como docente. Siempre me pareció que no era lo mio, que no tenía la paciencia ni la pedagogía suficiente para estar al frente de un grupo de personas.
Pero... como varias cosas de la vida. La docencia llegó sin que la buscara. Y se quedó, al menos hasta ahora.
Comencé como docente de un taller de cine, recomendada por un amigo que no pudo agarrar esas dos horas cátedra. Nombre formal: "Taller de lenguaje visual".
El colegio era cerca de mi casa, el horario acotado y a contraturno, el dinero no me importaba (pero, sí, claramente era poco). Para mi lo importante era la experiencia.

Los chicos a los que tenía que darle clases eran jóvenes adultos que estaban entre los 12 y 18 años, terminando la primaria a la noche. Mi taller, una pre-hora no obligatoria, que intentaba (según mi opinión) hacer que los chicos vinieran al colegio, y así lograr que cursen la primaria. Una vez dentro del establecimiento, ya no podían retirarse.

Mi trabajo allí sólo duró un año y medio. Pero conocí unos jóvenes excepcionales. ¿Cómo es que un chico no termina en tiempo y forma la primara? Es lo primero que te preguntas, y después vas conociendo cada historia personal, y vas entendiendo un poco todo... un poco más a esta sociedad.

No es fácil terminar la primaria, si te mudas de una ciudad a la otra, por el trabajo de tus padres; mucho más complicado es, si no tenes ni siquiera un techo estable donde vivir; y también estaría el caso de padres que simplemente no se interesaron en acompañarlos, forzarlos u obligarlos, a que vayan al colegio, y de repente se encontraban con 15 años, terminando 7º grado, simplemente porque se les pasó la vida.

La metodología era con pareja pedagógica, un tallerista y un docente dando las clases, o a veces sólo charlando con los chicos. Mi compañero Tomás, un groso como pocos, fue mostrándome lo interesante de este estilo de docencia. Digo que es un estilo, porque no sabría como encasillarlo. Mi imaginación de lo que serían esas clases nunca tuvo nada que ver con la realidad. Tenés que estar ahí para darte cuenta de lo que estás haciendo. A veces mi planificación, se quedaba en su hoja escrita en word, arial 12 y no llegaba a concretarse, porque la realidad se ve en el día a día. Con las situaciones que trae cada uno a la clase.

Me quedo con un par de recuerdos de ellos, la artista, el tímido con risa bozarrona que no faltaba nunca, el messi que se autoboicoteaba, la que no me tragaba, el enamoradiso, y a los que nunca pude unir nombre con cara, porque sólo vinieron una vez. Cada uno tenía su historia, y yo pasé a formar parte de ellos.

Cambio de institución

Luego, hubo una reestructuración, ya no continuaríamos trabajando en ese colegio. De ahora en más o nos pasabamos a ciertos colegios (acotados), o a contextos de encierro. Institutos de menores. Hay tres en la ciudad en funcionamiento, el Agote, el Belgrano, y el San Martín.

Mi cabeza de nuevo no paraba de pensar qué voy a hacer ahí, cómo será. Pero como venía pasando en mi pequeña carrera docente, dejé que me llevara la corriente y no opuse resistencia. Comencé a trabajar en el Agote y el Belgrano siempre en pareja pedagógica.

Otra vez, al frente de jovenes adultos, ésta vez, presos de su libertad. El motivo: no había confianza aún para saberlo. Al estar frente a ellos, me sorprendió, la capacidad de entender sobre vericuetos legales, mejores y peores defensores, números de leyes, y la gran difencia entre los jóvenes que están hace años dentro de una institución y el que recién entra.

Mi primera clase, les mostré un rápido recorrido del cine, (sigo teniendo como pequeño logro personal que al menos sepan quiénes son los hermanos Lumiere y George Meliès). La primer frase que se me grabó mientras veíamos las imágenes fue de uno de los chicos diciendo a modo de broma a sus compañeros "¿para qué robe?" . Ahí me cayó la ficha de donde estaba.
Una vez decidí mostrarles un cortometraje hecho por César González, un joven que estuvo preso en el instituto Agote y ahora hace cine y poesía. Uno de los jóvenes se interesó más que el resto. Tomó la voz cantante y fue describiendo el barrio que se veía en la pantalla, su barrio. Se reía de ver a sus compañeros. Uno a uno fue nombrando a los diferentes jóvenes, y todos, estaban hoy presos o muertos. Todos. Volvía a caerme la ficha. Esos barrios se vacían de chicos, no por mudarse como pasaría en cualquier barrio, se vacían por circunstacias un poco más extremas: Preso o muerto.

A veces no podes creer porqué están allí, ¿de verdad estaban metidos en esa?, y sí. En la mayoría de los casos, la sociedad decidió darles la espalda, la familia nunca se recompuso para apoyar al joven a que no delinque, no se drogara, o consiguiera servirle un plato de comida. Y salió a la calle, y conoció a la gente que no le convenía y lo llevó por el mal camino.

Hay pequeñas circunstacias que pueden dar un vuelco a tu vida. Qué sería de tu vida, si hubieras ido a entrenar tal día, si no te hubiera carcomido la bronca de no poder tener tal cosa último modelo, si tu compañero no te hubiera convidado droga, si tu familiar no te hubiera cagado tanto a palos, que un día tuvieras que defenderte para sobrevivir, si tu madre no estaría tan drogada como para poder servirte un plato de comida, si tu joven-niña mujer hubiera dejado las drogas el día que se enteró que iba  a ser mamá y hacerte padre. Todas y cada una de las situaciones son las que lo llevaron a estar donde está ahora. ¿Cómo juzgarlo? ¿Qué oportunidad tuvo?

Allí me encuentro ahora, con dos grupos muy diferentes entre sí, uno de jóvenes que todavía tienen la inocencia en los ojos. Que no han, quizas, comprendido dónde están metidos. Y el otro grupo de adultos, ya establecidos dentro de la institución, años y años viviendo allí dentro. Con guardiacárceles, operarios, jueces, abogados, esporádicas visitas, pedidos de salidas transitorias, varias veces denegado.

No es un camino fácil la docencia, pero yo no soy una docente común y corriente. Empecé por otro camino, sin prácticas, ni chicos que se rigen según la norma establecida. Me toca muchas veces estar con chicos de 17 años que no saben ni leer ni escribir. Pero bueno, por algún lado hay que empezar. Sólo espero que este camino que tomé no sea en vano. Hay mucho por hacer.



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